Entonces, hablar amor

La derecha ha construido un lenguaje común que pueden hablar con fluidez en cualquier rincón del mundo. La derecha, -y digo el poder real, el económico, fáctico y transnacional- ha logrado que el odio sea la lengua unificadora que se impone sin restricciones de banderas, geografías o pasados recientes. Es el odio el hilo conductor que hace temblar la democracia en tantos países latinoamericanos. Es el odio el sendero minado que va explotando, sistemático, con el paso de las nuevas tiranías de traidores a la patria. Porque resulta fundamental, en la receta neoliberal, que nacidos en estas tierras elijan desangrarlas. El Imperio tiene sucursales más allá de sus Embajadas: en cada rincón de Latinoamérica pululan quienes entregarían a su madre o su patria, que es lo mismo, por cosas tan absurdas como el dinero.

Porque hay muchas formas de darle la llave a la derecha internacional que todo lo descompone, que todo corrompe, que todo lo mata, menos su hambre de pobres. En Argentina, por ejemplo, Macri entregó nuestra soberanía económica para poder fugar millonadas de dólares junto a su secta de chetos ladrones. Llegar a la Presidencia fue parte de esa estrategia, un medio para otros fines.

Pero el plan es grande. Porque las casualidades no existen cuando Latinoamérica toda es un puño en alto, pateando el tablero de lo instaurado, desafiando, desde el subsuelo de la historia, el sitio que un puñado de poderosos ha decidido que ocupemos.

Y es el odio el palo lazarillo de quienes tienen los ojos ciegos para lo esencial, es el odio el gran combustible de la desigualdad. Es la clave, es el idioma en que hablan tanto pobres como ricos, porque el odio destruye el sentido común y erige en su lugar una mentira que dice que es el mérito lo que nos ubica, de alguna manera, en nuestro lugar. Esa mentira que trata de oscurecer una realidad constitutiva: no es lo mismo nacer rodeado de oportunidades que nacer sin ellas, como no es lo mismo nadar en agua que nadar en mierda.

En Chile, Haití, Colombia, Brasil, el pueblo oprimido y postergado se vuelca a las calles y resiste los embates del Estado, las torturas, las violaciones y todos los abusos conocidos y los que las fuerzas represivas se aprestan a inventar. Porque las fuerzas represivas se parecen en todas partes, porque los derechos que nos roban se parecen, en todas partes. Como podemos ver ahora en Bolivia: policías y militares haciendo sonar todos los compases de una dictadura hecha y derecha. Sobre todo derecha, porque están matando indígenas con la biblia en alto, proclamando reivindicaciones sangrientas y prometiendo, sádicos, fuegos y castigos para quienes piensen distinto, y les aplican el infierno aquí en la tierra. Porque ese es el plan que siempre han tenido para nuestra región: saquearla y exterminar a quienes se interpongan.

Porque la derecha boliviana, es la derecha chilena, es la derecha brasileña. También está en Colombia y, de hecho, gobierna por unos días más en Argentina y se asoma al Uruguay. Es la mano de hierro del Imperio, de los poderosos de todas las épocas, del puñado de dueños del mundo. Es la mano de hierro que oprime a los pueblos y enfrenta pobres contra pobres, como primera estrategia. Siembra el miedo al otro, a la otra. Siembra la desconfianza y la envidia.

En estas tierras empeñadas en ser libres y soberanas, regadas de neoliberales y conservadores que solo piensan en nosotros como esclavos de sus empresas para pocos, es el odio lo que se parece en toda partes, es el odio lo que le clava el puñal en las tripas a la igualdad, a la diversidad. Es el odio que vuelve invisible al enemigo y enfrenta hermanos.

Entonces, ¿qué estamos esperando para construir nuestro lenguaje común? Ese lenguaje es la empatía, el amor. Todos, todas, todes podemos hablar amor. Deberíamos. Es la tarea, aprender los gestos, los signos, los significados de este idioma que nos contenga, nos nombre, nos enlace y nos sostenga frente a las arremetidas del odio que grita tan fuerte en todas partes. Porque esa debe ser la conformación de un sentido común diverso, de una identidad que nos represente y nos una frente a gobernantes que le declaran la guerra a sus pueblos, frente a inescrupulosos que traicionan su casa. Porque ese sentido común ha de ser la empatía, la solidaridad sin banderas ni fronteras, porque es la solidaridad de las ideas.

Y aquí en nuestro país, por ejemplo, se ha invertido la cuestión, porque Alberto y Cristina no sólo serán la piedra en la bota del Imperio, además serán bastión de resistencia y reconstrucción. Porque la Patria Grande está golpeada, hambreada y saqueada, pero no arrodillada: está despierta, bien despabilada. Vamos a poner a Argentina de pie, porque volver mejores también es entender que debemos ayudar a poner de pie a Latinoamérica.