La lucha colectiva

“Como un rayo, para siempre.

Para lo que fue y será”

Fito Páez

No necesito concentrarme para recordar la angustia, la desesperación de finales de 2015. Porque todavía las injusticias se repiten con horror, y porque bañaron de angustia la superficie de todas las cosas. La amargura de saber que habían vuelto los malos de verdad, los egoístas, los saqueadores de sueños, los devoradores de pobres. Estaban ahí, babeando su hambre de nosotros, inventando lo que no pasó para poder esconder la realidad. Esos días fueron el terremoto que anticipó el peor tsunami.

Porque nos lastimaron severo, y para eso necesitaron enemistar a los buenos con los buenos. Soplaron brasas en corazones miopes para hacerles creer que no trabajaba el que no quería y que el chamuyo de la meritrocracia regía sus vidas. Sabíamos que hincarían el diente afilado en quienes menos tenían.

Para muestra, un simple punteo: nos dijeron que vivíamos por fuera de nuestros derechos y posibilidades, mientras nos restregaban en la cara sus privilegios, mientras acomodaban la reposera apuntando a la meca de su desvergüenza. Se robaron nuestro futuro y nos culparon por eso. Les besaron las botas al Imperio y arrodillaron nuestra soberanía, en todas las variantes que ofrecían sus posibilidades descomunales.

Le quitaron las cunas a los pibes, los remedios a los viejos, la comida a los pobres, los derechos a los trabajadores y trabajadoras. Felicitaron a los asesinos que matan chicos por la espalda. Encubrieron una desaparición forzada, se burlaron por televisión de eso y nos cagaron a palos cada vez que se les presentó la chance de dar rienda suelta a las fieras que crió Bullrich. Nos dijeron que por pobres, la Universidad nos quedaba demasiado lejos.
Vinieron a todo eso, no fue error ni plan mal ejecutado, fue un exterminio por goteo, y programado. Vinieron a ésto, porque vinieron a quedarse. El despojo tenía que ser total y, además, quisieron que fuera violento. Pero resulta que no pudieron. Otra vez. No pudieron. Nos tiraron con la munición más gruesa que tenían, mientras los grandes medios evitaban transmitir la barbarie.

No pudieron porque nos resistimos a naturalizar el saqueo y la infamia. Porque enfrentar el cinismo que quiso echar raíces, nos acercó. Luchar en la calle nos encontró, nos unió. Y como siempre supimos que nadie se salva solo o sola, nos organizamos.

Tanta gente, en tantos lugares, tendiéndole una mano al otro, a la otra. Tantos, tantas, intentando mantener el hambre a raya en panzas y esperanzas baldías. Tanta gente, en tantos lugares, poniendo el cuerpo por otros cuerpos. Porque somos nosotros, nosotras, que parecemos salir de todas partes, pero que venimos del mismo lugar: la lucha popupar. Nos pusimos espalda con espalda. Y aguantamos.

Nosotros, nosotras, nosotres: somos las mujeres que no retrocedimos, al contrario, le enseñamos al horizonte a recular, porque nosotras avanzamos sin detenernos por la conquista de los derechos que nos faltan. Somos las hijas y los hijos de la Memoria, de la Verdad, de la Justicia. Somos quienes aprendimos de nuestras Madres y Abuelas a transformar los dolores más grandes en el amor más profundo y transformador, que es el amor por la otra, por el otro. Somos quienes mandamos de nuevo a la cárcel a Etchecolatz, cuando a algún trasnochado se le ocurrió que la casa de un genocida podía ser otra cosa.

Somos quienes paso a paso llenamos las calles, en cada rincón de esta patria maltratada, y nos miramos a la cara, y nos reconocimos. Y entendimos que si entre nosotros y nosotras nos peléabamos, nos devoraban los de afuera. Entendimos que amar era urgente, y que se nos daba muy bien. Por eso nada volverá a ser igual, porque aquí hay un pueblo empoderado, porque aquí hay un pueblo digno. Somos quienes, mientras todo se caía alrededor, entendimos que la lucha solo sirve si es colectiva, y construimos la esperanza.

Antes del balotaje de 2015 escribí otra nota, parecida a ésta, que terminaba diciendo “no pienso dar un paso atrás ni para tomar carrera, porque acá, pase lo que pase, no se rinde nadie”. Pasaron cuatro años horrendos, horrendos en serio, pero no nos rendimos. Estamos de pie, señalándole con toneladas de votos a Macri y a Vidal la puerta chica de la historia, para que vayan saliendo por ahí. Porque no nos vencieron, y esta vez, además, somos nosotros, nosotras, nosotres, quienes venceremos.